3 dic 2009

Fragmentos: Eric Hobsbawm






Es imposible negar que la verdadera revolución en el arte del siglo XX no la llevaron a cabo las vanguardias del modernismo, sino que se dio fuera del ámbito de lo que se reconoce como "arte". Esa revolución fue obra de la lógica combinada de la tecnología y el mercado de masas, lo que equivale a decir de la democratización del consumo estético. Y en primer lugar, sin duda, fue obra del cine, hijo de la fotografía y arte capital de siglo XX.

El Guernica de Picasso es, como obra de arte, incomparablemente más impresionante que Lo que el viento se llevó, de Selznick, pero desde un punto de vista técnico ésta es una obra más revolucionaria. Por eso los dibujos animados de Disney, bien que inferiores a la austera belleza de Mondrain, fueron más revolucionarios que la pintura al óleo y más eficaces para transmitir el mensaje que querían.

Los anuncios y las películas que generaron creativos, montadores y técnicos no sólo empaparon la vida diaria de experiencia estética, sino que acostumbraron a las masas a atrevidas innovaciones en la percepción visual, que dejó a los revolucionarios del caballete rezagados, aislados e inanes.

Una cámara sobre raíles puede comunicar la sensación de velocidad mejor que un lienzo futurista de Balla. Lo que hay que tener en cuenta de las artes verdaderamente revolucionarias es que fueron aceptadas por las masas porque tenían algo que comunicarles.

Sólo en el arte de vanguardia el medio fue el mensaje. En la vida real, el medio experimentó una revolución en favor del mensaje. Las vanguardias no quisieron reconocer esta situación hasta el triunfo de la sociedad de consumo moderna, en la década de los cincuenta y, al admitirlo, se quedaron sin ninguna justificación.

( A la zaga. Decadencia y fracaso de las vanguardias del siglo XX, págs. 32-34, Ed. Crítica, Barcelona, 2009)
 

1 comentario:

Aitor Carr dijo...

Hola Sebas,

Bienvenido al mundo de los blogs. Ánimo con la iniciativa.