29 sept 2010

Motivos para haber ido a la Huelga General





Después de ver el seguimiento que ha tenido esta huelga en los medios informativos y después de escuchar algunos de los comentarios que desde allí se han proferido, se me han empezado a formar, como cúmulos dispersos que se juntan para una gran tormenta, estos pensamientos que tan sólo pretenden exponer los motivos por los que considero que, todos y todas, tendríamos que haber ido hoy a la Huelga.

Un taxista que está siendo increpado por un piquete de huelga les responde diciendo ¡Yo también estoy en contra de este gobierno!. El trabajador de una fábrica que acude a su puesto de trabajo le grita a un piquetero antes de entrar Hace dos años los sindicatos me echaron del trabajo, lo entiendes? No me vengáis ahora con... Otro, un ciudadano que se dirige en coche, supongamos que a trabajar, dice ante las cámaras Esto lo tendríais que haber hecho hace tres años y no ahora. Una señora entrando a su lugar de trabajo suelta con desparpajo Si no me lo descontaran, es muy posible que hoy no hubiera venido.

Todo este tipo de comentarios son una buena muestra de las miserias, y no precisamente materiales, que carcomen los sentimientos y buen entendimiento de mucha gente en nuestro país. Otros tantos y tantas se esconden como comadrejas en sus madrigueras, sin decir nada, esperando a que amaine la tormenta. Con la llegada del sol saldrán nuevamente para celebrar la normalidad y el absurdo de sus vidas. Muchos, la gran mayoría, celebrarán su estupidez sin apenas darse cuenta y después se quejarán, como niños castigados sin poder tocar un caramelo, de lo mal que lo está haciendo el actual Gobierno.

Parece ser que ante la constatación de lo evidente, ante la confirmación que definitivamente el pueblo trabajador va a ser aplastado por la mano invisible del Gran Capital, muchas personas no quieren asumir que TOCA HACER ALGO. Lo que les cuesta precisamente es ese HACER: ese sacrificar su tiempo en beneficio de alguien que no sea él, o los suyos; ese ser honesto admitiendo que los responsables de todo lo que está pasando son personas muy concretas; ese comprometerse con una lucha colectiva que no tiene más interés que la defensa de los derechos de la gran mayoría, ese cambiar algo (de nosotros) para que todo cambie (para nosotros).

Hay que atender muy seriamente a la mezquindad del hombre como enfermedad que avanza sin control, que se propaga y contagia a medio mundo sin que nadie se atreva a hacer nada para evitarlo -bueno, casi nadie-. Ese ser mezquino es el peor mal que nos aguarda; unos por vanidad, otros por vergüenza, otros por interés, otros por orgullo, otros por egoísmo y muchos, muchos por ignorancia, se dejan llevar, como la hoja que cae empujada por el viento, por el discurso insondable de sus emociones.

Los motivos para haber ido a esta huelga no tienen, en apariencia, nada que ver con las emociones pero, paradójicamente, sí que pueden procurarle muchos beneficios. Las personas se olvidan de algo sustancial: que cuando hacemos cosas que no responden a un interés individual, inmediato y concreto obtenemos un tipo de gratificación que nos hará sentir mejor que el día anterior, lo que significa algo muy importante: que ésta siempre es acumulativa. A ese tipo de gratificación se la suele denominar moral. Si alguien es incapaz de sentirla o pretende negar que tal gratificación exista, créanme, hoy tenía más motivos que nunca para ir a la Huelga.

16 sept 2010

El desorden de los estúpidos



Foto: "Incivism: A Rebel Yell" de Carlos Lorenzo


Hoy, leyendo un artículo sobre la cuestión del civismo, del entrañable camarada Manuel Delgado, he vuelto a agitarme con gran vehemencia. Es un artículo brillante que hace las delicias de cualquier persona interesada en cuestiones callejeras. Digo callejeras con toda la intención, ya que con mucha seguridad nadie interesado en cuestiones de orden público puede encontrar allí algo con lo que identificarse o, senzillamente, sintonizar. Yo soy una rara mezcla de persona interesada en ambas cosas; me interesa la calle y me interesa un cierto orden público, ¿acaso eso es imposible? Como el citado artículo me parece irrefutable me limitaré a introducir un matiz sobre lo que en él se dice.

En lo fundamental, estoy muy de acuerdo con M. Delgado pero, cuando él habla de incivismo, yo añadiría algo más. Añadiría esa parte de lo incívico que constituye un grueso importante de lo que comopone su definición. Esa parte de lo incívico a la que aludo yo quería llamarla capullismo, pero la Real Académia no me lo permite, así que tendré que llamarla estupidismo, de significado más reconocible. El estupidismo, como yo le llamo, lo definiré (y parafraseando a M. D.) como el conjunto de realidades sociales que conforman los actos propios de un estúpido, tomados en su individualidad o en su conjunto. Añadiré que, lo que yo defino como un estúpido, tiene los bienes materiales suficientes como para que no pueda llegar a ser considerado como un desclasado, de las cuestiones sentimentales que hacen que alguien pueda sentirse como tal se hablará más adelante. Yo, por ejemplo, sin llegar a gozar nunca de los bienes materiales que me hubiera gustado, pero sin que nunca me hayan faltado los suficientes, me he sentido más de una vez desclasado, lo cual no me convierte en un paria.

El estúpido es entonces alguien muy familiar para los que nos dedicamos a escribir y nos nutrimos de la observación, ya sea ésta participante o no. Es alguien cercano en muchas más cosas de las que se diferencia de nosotros. Su edad es algo que resulta del todo indiferente, puediera ser una persona joven, como también podría ser alguien maduro o viejo, ¡tanto da para el estúpido! Llegados a este punto, es cuando empiezo a imaginar situaciones con las que poder ilustrar los actos propios de un estúpido, se me ocurren muchas y para casi todas las edades. Una de mis preferidas es la que describe la trayectoria estúpida de un ciclista superantinormativo que circula saltandóse todos los semáforos y que, llegando a una calle peatonal, estrecha y poblada de gente, decide proseguir alegremente con su trayectoria, de lo más estúpida, confraternizando así con sus conciudadanos y recibiendo de ellos algún que otro dicterio cariñoso. Este ejemplo ilustra muy bien ése estupidismo que se esconde en muchos de los actos incívicos. Otro que le va a la zaga, es el de las personas que sin ninguna coartada se dedican a amargar las noches de muchas otras personas que precisamente no gozan de las condiciones de vida que ellos tienen, y que tampoco pueden o tampoco quieren, ¡en su derecho están!. En esta variante, podemos encontrar todo tipo de ejemplos; desde los percusionistas perennes que contaminan muchas madrugadas, hasta los que no pueden contener sus extremidades o el tono de voz, también a altas horas y, casi siempre, sospechosamente embriagados.

Así pues, para explicar el estupidismo al que me refiero con tanta insistencia sólo podemos hacerlo desde un plano emocional. Siempre he dicho que España es un país tocado por el sol, ¡y Barcelona no lo iba a ser menos! Pues bien, llegamos así a la conclusión de que los actos del estúpido tienen un fundamento emocional que no ha podido, o no ha querido ser regulado, por el sujeto. Siguiendo esta premisa, deduzco que la persona que no puede, o no quiere regular sus emociones tiene un problema, desde el momento en que perjudica a otros por dicho motivo. Entonces tenemos, por fin, que la mayoría de estúpidos a los que yo me refiero tienen un problema que no viene impuesto por ningún orden público ni normas, explícitas o abstractas, que lo constriñan.

El problema fundamental, es que la estupidez siempre tiende a ser mayor cuando se le da una coartada ideológica. Si todo fuera simple incivismo, si todo fueran colillas desposeídas de sus preciados nichos, si todo fueran caquitas o zurullos desperdigados por doquier en ramblas y avenidas, si todo fueran esas simples cosas materiales, o acaso estéticas, quién debatiría o clamaría al cielo por el maldito civismo. Quien eso hiciera bien merecería como castigo un curso avanzado de sociología marxista para erradicar esa gran ignorancia de su cabeza. El estupidismo, como yo lo entiendo, es la peor forma de incivismo porque siempre es ilimitado. De hecho, constituye su parte esencial y es la que se comete más a menudo en la mayor parte de espacios urbanos de, pongamos, Barcelona.

Contravenir las normas es algo excitante y revelador para muchos, especialmente para los estúpidos como fácilmente se puede entender. Yo, como no quiero coartadas ideológicas ni tengo condiciones materiales que justifiquen mi ira contra el orden público me he limitado siempre a ser un imbécil obediente, que ha querido participar de una utopía compartida con el resto de imbéciles que no tienen tanta facilidad para ejercer su libertad sin cortapisas. El desorden, cierto incivismo, es inherente a los grandes espacios urbanos de convivencia; el estupidismo, por el contrario, es algo fácilmente evitable y tan sólo depende de la voluntad de algunos, estén embriagados o no.

1 sept 2010

Poetas




Los poetas, qué somos los poetas sino sensibilidades atravesadas por la vida!